sábado, 30 de agosto de 2014

Lectura 6 - Poema de Gilgamesh

Poema de Gilgamesh

La Epopeya de Gilgamesh es una de las creaciones literarias más antiguas que se conservan, pues data del III Milenio antes de Nuestra Era. Se encontró hace poco más de doscientos años, escrita en tablillas, entre las ruinas de la biblioteca de uno de los palacios de Nínive, la antigua capital asiria. Desde entonces, ha sido uno de los textos literario más polémicos por los elementos que aporta para conocer el origen de textos que antiguamente se creían completamente originales, como los relatos del Génesis bíblico.
            Narra la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, quien a pesar de todo su poder, no se sentía feliz. Después de salvar a su pueblo del diluvio por orden de los dioses, conoce a Enkidu, un hombre fuerte y temerario que se convertirá en su mejor amigo y compañero de aventuras. Los dioses, temerosos de la fuerza y poder de Gilgamesh y Enkidu deciden acabarlos enviándolos a luchar contra una bestia, pero en vez de ser vencidos, Enkidu humilla triunfante a la bestia y provoca la cólera de la diosa Ishtar, quien estaba enamorada de Gilgamesh pero no lograba distraerlo de sus combates y su búsqueda de Gloria. La diosa decide entonces enfermar y matar a Enkidu.
            Gilgamesh, que hasta entonces se creía invencible, se horroriza ante la muerte de su amigo y decide que él no correrá el mismo destino. Emprende un largo viaje en busca del árbol de la vida eterna, pero a mitad de camino conoce a un hombre tan sabio que los dioses lo habían hecho inmortal. A través de él, descubre la necesidad de la muerte y cesa de buscar la inmortalidad, regresando al reino de Uruk para gobernar y morir en paz.
            El fragmento a continuación narra el episodio de la Gran Inundación, o diluvio, que guarda enormes semejanzas con la muy posterior historia de Noe y el Arca.




 (Fragmento: El arca de Gilgamesh)


Al primer resplandor del alba, una nube negra se alzó del horizonte. En su interior Adad truena, mientras Sullat y Hanis van delante, moviéndose como heraldos sobre colina y llano. Erragal arranca los amarraderos; avanza Minurta y hace que los diques se desborden. Los Anunnaki levantan las antorchas, encendiendo la tierra con su fulgor. La consternación por los actos de Adad llega a los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz. La vasta tierra se hizo añicos como una vasija. Durante un día el viento del sur sopló, más y más fuerte, sumergiendo los montes, atrapando a la gente como un ataque. Nadie ve a su prójimo, no pueden reconocerse unos a otros en el torrente. Los dioses se aterraron del diluvio y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anu. Los dioses se agazaparon como perros acurrucados contra el muro exterior.    Pasados los siete días, las aguas del diluvio inundaron la Tierra. [...] Entonces vino el diluvio por espacio de cuarenta días sobre la tierra, y crecieron las aguas.
Ishtar gritó como una parturienta, la señora de dulce voz de los dioses gime: «Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla porque dije maldades en la asamblea de los dioses. ¡Cómo pude decir maldades en la asamblea de los dioses, provocando una catástrofe para destrucción de mi gente! ¡No tardé más en dar a luz a mi querido pueblo de lo que él tarda ahora en llenar el mar como los peces! Los dioses Anunnaki lloraban con ella, Los dioses, humildemente, lloran sentados, con los labios ardiendo, muertos de sed.
[...] y todo cuanto en la tierra tiene aliento de vida, todo pereció. [...] Y las aguas dominaron la tierra por espacio de ciento cincuenta días.
Seis días y siete noches sopló el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, la tormenta del sur (transportadora) del diluvio amainó en la batalla, que había reñido como un ejército. El mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado. Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Inclinándome muy bajo, me senté y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: a doce leguas emergía una región (de tierra). En el Monte Nisir el barco se detuvo. El Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento, Un primer día, un segundo día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto (día), el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento.
Al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó. Puesto que no había descansadero visible, volvió. Entonces envié y solté una golondrina. La golondrina se fue, pero regresó; Puesto que no había descansadero visible, volvió. Después envié y solté un cuervo. El cuervo se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se rasca, se atusa las plumas, pero no regresa.
           


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