sábado, 30 de agosto de 2014

Lectura 3 - Rig Veda

La creación del Universo en el Rig Veda

El Rig Veda, que significa “Las alabanzas de la verdad”, es un conjunto de himnos sagrados hindúes, elaborados cuando la India acababa de ser invadida por los arios, es decir, por tribus asiáticas emparentadas con los pueblos que más tarde poblarían Europa: los indoeuropeos. La relación entre éstos pueblos de la India y los europeos es, de hecho, tan estrecha que la palabra veda tiene la misma raíz original que la palabra española para verdad.
            Los himnos del Rig Veda eran cantados en el momento del sacrificio al interior del templo y su carácter era tan sagrado que, durante los primeros siglos de su existencia, no estaban escritos sino que se transmitían secretamente de una generación de sacerdotes a otra. En la India Antigua, la transmisión oral del conocimiento era fundamental y existían manuales para regular la respiración, las pausas y las entonaciones del sacerdote: quien cometía una falta al recitar los himnos no sólo ofendía a los dioses, sino que atraía desgracias a su pueblo, por lo que era gravemente castigado.
            Los himnos del Rig Veda están dedicados a diferentes dioses, entre los que se encuentran los siguientes:
·         Agni, el fuego del sacrificio.
·         Indra, el dios de la atmósfera.
·         Váruna, el Océano.
·         Ushás, diosa de la Aurora.
El siguiente himno canta y cuenta la Creación del Mundo según la concebían estas sociedades, y presenta una de las más importantes características de la literatura oriental: la presencia de paradojas y preguntas, más que de respuestas, y el intento desesperado por expresar con palabras uno de los conceptos inconcebibles para la conciencia humana: la Nada.

 La Creación (fragmento)

No había inexistencia ni existencia, entonces.
           No existía la atmósfera ni el cielo que está más allá. 
           ¿Qué estaba oculto? ¿Dónde? ¿Protegido por quién?
           ¿Había agua allí insondablemente profunda? 
                              No había muerte ni inmortalidad entonces.
           Ningún signo distinguía la noche del día. 
           Uno solo respiraba sin aliento por su propio poder. 
           Más allá de eso nada existía. 
           En el principio la oscuridad escondía la oscuridad.
           Todo era agua indiferenciada. 
           Envuelto en el vacío, deviniendo,
           ese uno surgió por el poder del calor. 
           El deseo descendió sobre eso en el principio,
           siendo la primera semilla del pensamiento. 
           Los sabios, buscando con inteligencia en el corazón,
           encontraron el nexo entre existencia e inexistencia. 
           Su cuerda se extendió a través. 
           ¿Había un abajo? ¿Había un arriba? 
           Había procreadores, había potencias. 
           Energía abajo, impulso arriba. 
           ¿Quién sabe realmente? ¿Quién puede proclamar aquí
           de dónde procede, de dónde es esta creación? 
           Los dioses vinieron después. 
           ¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió? 
           ¿Esta creación de dónde surgió? 
           Quizás fue producida o quizás no. 
           El que la vigila desde el cielo más alto,
           él solo lo sabe.

O quizás no lo sabe.  

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