sábado, 30 de agosto de 2014

Lectura 8 - I Ching (Hexagrama 22: La Gracia)

I Ching
(Hexagrama 21: La Gracia)

I Ching significa “Libro de las mutaciones” y es considerado desde hace cerca de tres mil años, uno de los Cuatro Clásicos Chinos, por lo tanto se trata de uno de los cuatro libros fundamentales para comprender la sociedad china y sus complejas formas de pensamiento. A diferencia de los otros tres, que tratan preceptos éticos e historias legendarias, el I Ching es un oráculo, es decir, un libro para adivinar el futuro. Sin embargo, el futuro entre los chinos tiene un significado distinto del que tiene en Occidente: mientras que en la cultura occidental es concebido como un destino inevitable, para los chinos es una posibilidad sobre la cual puede actuar el hombre a su favor cuando se comporta sabiamente.
            La realidad, de hecho, es concebida entre los chinos como un cambio permanente: lo único seguro es el cambio, el universo nunca se mantiene igual. Para consultar el oráculo, los chinos antiguos utilizaban varas de milenrama (una planta medicinal) y hoy en día se utilizan tres monedas lanzadas al azar. Con cada tiro se van dibujando líneas, que cambian según la posición de la moneda, hasta formar un orden de seis líneas que en conjunto representan una figura simbólica (hexagrama).
            A partir de esta figura simbólica, compuesta de dos conjuntos de tres líneas, se realiza una interpretación poética. Generalmente, por la naturaleza de la tirada al azar, se forma una figura más: ambas figuras se complementan. La primera representa al hombre en el estado presente, y la segunda, la posibilidad del futuro.
            Pues, para los chinos, el único modo de saber qué nos depara el tiempo, es conocer exactamente nuestra posición en el aquí y el ahora.


Hexagrama 22: La Gracia





El hexagrama muestra el fuego que nace de las secretas profundidades de la tierra y arde iluminando la montaña y lo alto del cielo, revistiéndola de belleza. La gracia, la belleza de la forma es necesaria para que toda unión sea armoniosa y amable y no caótica y desordenada.

EL JUICIO:

“La gracia tiene éxito. En asuntos pequeños es favorable emprender algo”.

La gracia trae éxito. Sin embargo ella no es esencial para los asuntos fundamentales, sino un ornamento que debe ser usado con parsimonia en las cosas pequeñas. En el trigrama inferior, el fuego, una línea débil se mete entre dos líneas fuertes y las hace bellas; pero las líneas fuertes son la esencia, la línea débil es la forma que embellece. En el trigrama superior, la montaña, la línea fuerte aparece en la cumbre, en un lugar determinante, de tal manera que aquí todavía ella debe ser considerada como el factor decisivo. En la naturaleza el sol ocupa una posición fuerte y la vida del mundo depende de él. Pero la posición fuerte del sol está rodeada de la luna y de las estrellas que alternan graciosamente con el. En la vida humana, la belleza de la forma aparece cuando los caracteres fuertes como montañas se hacen agradables por una clara belleza. Contemplando lo que ocurre en el cielo llegamos a comprender la época y las exigencias cambiantes. La contemplación de las formas en la vida humana confiere la posibilidad de moldear el mundo. 

Nota: El hexagrama muestra la belleza en reposo. Adentro claridad y afuera quietud. Es la quietud de la contemplación pura. Cuando el deseo se calla y la voluntad se reposa, el universo se revela como Idea en las apariencias. En tanto que tal eso es bello y sustrae al combate por la existencia. Es el mundo del arte. Pero, en definitiva, la contemplación por ella sola no pone la voluntad en reposo. Esta se despertará y toda la belleza habrá sido solamente un momento de exaltación pasajera. Por eso es que la belleza y la gracia no son verdaderas vías de liberación. En consecuencia, Confucio se sintió muy molesto cuando, consultado el oráculo, obtuvo como respuesta “la gracia”.


Lectura 7 - Himnos a Ishtar

Himnos a Ishtar
(Fragmentos)

Antes de que los autores griegos compusiesen sus himnos y odas a los dioses, en específico a la diosa del amor, Afrodita, los sumerios, el primer pueblo en aparecer en la historia de Mesopotamia, ya habían compuestos himnos alabando o lamentándose del mal de amores ante Ishtar, su diosa del amor y la guerra, dos conceptos que entonces estaban estrechamente unidos.
            De la mayor parte de estos textos sólo conservamos fragmentos hallados en tablillas, entre las ruinas de los palacios y los templos mesopotámicos. La gran diferencia, sin embargo, con la misma clase de textos en Grecia, es que entre las primeras civilizaciones el autor no tenía importancia, y los textos eran de carácter anónimo.



Himno Primero a Ishtar (Fragmento)

¡Yo clamo a tí, diosa de los dioses; señora de los que dominan!
Ishtar, reina de las naciones que guías en la sombra.
Irinia la excelsa, la más alta de los dioses.
No hay nombre como el tuyo: a todos superas.
Luz eres de cielos y tierra; hija eres de Sin:
tú las armas llevas; tú la batalla decides.
Tienes todo el poder; la corona de la fuerza.
¡Gloriosa entre los dioses; sobre todo excelsa,
estrella del lamento, que haces luchar hermanos
con hermanos, pero constante les das al fin paz!.
¡Señora de la guerra, que abates las montañas,
oh Gushea, que te vistes de terror y majestad:
tú en el cielo y en la tierra formulas el juicio
y eres venerada en todos los templos, tanto grandes como chicos!.
¿Dónde no está tu nombre? ¿Dónde no tu poder?
¿Dónde no está tú imagen? ¿Dónde no tu santuarios?
¿Dónde no eres gloriosa? ¿Dónde no enaltecida?
Anu, Enlil y Ea te han levantado:
hicieron de tí la más alta deidad.
Sobre los dioses todos han hecho tu grandeza
y ante tu nombre sólo la tierra se estremece.
Tiemblan los dioses y su congregación ante tí,
los hombres en su pavor se rinden humillados.
Como que eres grande y eres muy alta
y todos los hombres doblegan su cabeza.
Eres la que eleva al desvalido y eres la que ampara al caído.
¡Piedad, Ishtar, señora de los cielos y la tierra,
pastora del errante fatigado!
¡Piedad, Ishtar, que mantienes la riqueza!
¡Piedad, Ishtar, que nunca te fatigas en tus pasos
y jamás las rodillas te flaquean!
¡Salve brillante reina de los dioses,
leona que acaudillas a los dioses de la altura:
tú eres la más potente; tú esfuerzas los riñones
a los reyes,
tú mantienes el freno en los vasallos!
Alta y sublime eres, cual antorcha del mundo,
como luz de los pueblos para siempre.
¡La irresistible en los combates; la indomable en la guerra!

Vuelve tus ojos a mí; reluzca para mí tu faz.
¿Tanto tiempo aún han de estar en mi contra mis enemigos?
¿Se habrán de gozar por mis infortunios?
¡Me han puesto saco de amargura: así vengo a tu presencia!
El débil se volvió fuerte: pero yo débil perduro.
Fluyo ante ti, cual el agua: cuando el viento la revuelve.
Volando mi corazón va cual ave de los cielos.
Cual paloma por la noche, lanzo al aire mi lamento
Abatido hasta el extremo, gimo ante ti sin consuelo.

Dolor de frente, opresión, ruina del cuerpo cayeron sobre mí:
angustia, pena, congoja, de los dioses y de los hombres me vienen.
¿Qué me espera? ¡Amargos días, muerte, dolor y tristeza!
¿Qué me espera? ¡Confusión en el juicio ante tus ojos!
Muerte y fin están en acecho, para cuando a ellos salga yo.
El silencio es mi santuario; el silencio es mi palacio.
Silencio llena mi vida y envuelve mi soledad.
Disipada es mi familia; mi techo caído en ruinas.
A ti clamo: oye mi ruego y olvida mis pecados.

Lectura 6 - Poema de Gilgamesh

Poema de Gilgamesh

La Epopeya de Gilgamesh es una de las creaciones literarias más antiguas que se conservan, pues data del III Milenio antes de Nuestra Era. Se encontró hace poco más de doscientos años, escrita en tablillas, entre las ruinas de la biblioteca de uno de los palacios de Nínive, la antigua capital asiria. Desde entonces, ha sido uno de los textos literario más polémicos por los elementos que aporta para conocer el origen de textos que antiguamente se creían completamente originales, como los relatos del Génesis bíblico.
            Narra la historia de Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, quien a pesar de todo su poder, no se sentía feliz. Después de salvar a su pueblo del diluvio por orden de los dioses, conoce a Enkidu, un hombre fuerte y temerario que se convertirá en su mejor amigo y compañero de aventuras. Los dioses, temerosos de la fuerza y poder de Gilgamesh y Enkidu deciden acabarlos enviándolos a luchar contra una bestia, pero en vez de ser vencidos, Enkidu humilla triunfante a la bestia y provoca la cólera de la diosa Ishtar, quien estaba enamorada de Gilgamesh pero no lograba distraerlo de sus combates y su búsqueda de Gloria. La diosa decide entonces enfermar y matar a Enkidu.
            Gilgamesh, que hasta entonces se creía invencible, se horroriza ante la muerte de su amigo y decide que él no correrá el mismo destino. Emprende un largo viaje en busca del árbol de la vida eterna, pero a mitad de camino conoce a un hombre tan sabio que los dioses lo habían hecho inmortal. A través de él, descubre la necesidad de la muerte y cesa de buscar la inmortalidad, regresando al reino de Uruk para gobernar y morir en paz.
            El fragmento a continuación narra el episodio de la Gran Inundación, o diluvio, que guarda enormes semejanzas con la muy posterior historia de Noe y el Arca.




 (Fragmento: El arca de Gilgamesh)


Al primer resplandor del alba, una nube negra se alzó del horizonte. En su interior Adad truena, mientras Sullat y Hanis van delante, moviéndose como heraldos sobre colina y llano. Erragal arranca los amarraderos; avanza Minurta y hace que los diques se desborden. Los Anunnaki levantan las antorchas, encendiendo la tierra con su fulgor. La consternación por los actos de Adad llega a los cielos, pues volvió en negrura lo que había sido luz. La vasta tierra se hizo añicos como una vasija. Durante un día el viento del sur sopló, más y más fuerte, sumergiendo los montes, atrapando a la gente como un ataque. Nadie ve a su prójimo, no pueden reconocerse unos a otros en el torrente. Los dioses se aterraron del diluvio y, retrocediendo, ascendieron al cielo de Anu. Los dioses se agazaparon como perros acurrucados contra el muro exterior.    Pasados los siete días, las aguas del diluvio inundaron la Tierra. [...] Entonces vino el diluvio por espacio de cuarenta días sobre la tierra, y crecieron las aguas.
Ishtar gritó como una parturienta, la señora de dulce voz de los dioses gime: «Los días antiguos se han trocado, ¡ay!, en arcilla porque dije maldades en la asamblea de los dioses. ¡Cómo pude decir maldades en la asamblea de los dioses, provocando una catástrofe para destrucción de mi gente! ¡No tardé más en dar a luz a mi querido pueblo de lo que él tarda ahora en llenar el mar como los peces! Los dioses Anunnaki lloraban con ella, Los dioses, humildemente, lloran sentados, con los labios ardiendo, muertos de sed.
[...] y todo cuanto en la tierra tiene aliento de vida, todo pereció. [...] Y las aguas dominaron la tierra por espacio de ciento cincuenta días.
Seis días y siete noches sopló el viento del diluvio, mientras la tormenta del sur barre la tierra. Al llegar al séptimo día, la tormenta del sur (transportadora) del diluvio amainó en la batalla, que había reñido como un ejército. El mar se aquietó, la tempestad se apaciguó, el diluvio cesó. Contemplé el tiempo: la calma se había establecido, y toda la humanidad había vuelto a la arcilla. El paisaje era llano como un tejado. Abrí una escotilla y la luz hirió mi rostro. Inclinándome muy bajo, me senté y lloré, deslizándose las lágrimas por mi cara. Miré en busca de la línea litoral en la extensión del mar: a doce leguas emergía una región (de tierra). En el Monte Nisir el barco se detuvo. El Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento, Un primer día, un segundo día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un tercer día, un cuarto día, el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento. Un quinto y un sexto (día), el Monte Nisir mantuvo sujeta la nave, impidiéndole el movimiento.
Al llegar el séptimo día, envié y solté una paloma. La paloma se fue, pero regresó. Puesto que no había descansadero visible, volvió. Entonces envié y solté una golondrina. La golondrina se fue, pero regresó; Puesto que no había descansadero visible, volvió. Después envié y solté un cuervo. El cuervo se fue y, viendo que las aguas habían disminuido, come, se rasca, se atusa las plumas, pero no regresa.
           


Lectura 5 - Libro egipcio de los muertos

Libro Egipcio de los Muertos


Pocos pueblos de la antigüedad exaltaban de un modo tan optimista los placeres de la vida como los egipcios. En las pinturas de sus tumbas podemos verlos aún compartiendo banquetes y conversaciones, tomando siestas en sus jardines, o arando el campo y yendo de cacería. Fue precisamente por este valor excesivo que tenía la vida en su mundo mental y emocional, que se preocuparon bastante por la muerte. Sin embargo, su preocupación está lejos de ser una inclinación lúgubre, como suele creerse: su imagen de la muerte es también optimista. Al egipcio que moría le esperaban, al otro lado de la vida, los extensos campos de Ialu, un paraíso donde el trigo y la cebada florecían siempre, y donde vivía en compañía de los dioses.
            Pero antes de llegar a su último y feliz destino, el alma (ba) del fallecido debía atravesar una serie de difíciles pruebas en el inframundo, gobernado por el dios Osiris, quien estaba también relacionado con la agricultura. En el último episodio de este “examen de admisión al Paraíso”, el alma llegaba a un extenso tribunal compuesto por cuarenta y dos dioses con Osiris a la cabeza, y hacía su confesión negativa, es decir, declaraba no haber cometido nunca asesinato, robo, iniquidad o cualquier otra falta. Para asegurarse de que el alma no olvidaría las partes de la confesión y las fórmulas mágicas para transitar por el inframundo hasta la corte de Osiris, donde su corazón sería pesado por Anubis el dios chacal, los egipcios crearon un texto conocido como Libro para salir a la luz del día, que hoy en día recibe el nombre de Libro egipcio de los muertos.
            Se trataba de un texto tan costoso y privilegiado, que muchos egipcios el trabajo de toda una vida sólo para pagar este libro que los acompañaría a la tumba, pero que era su pase asegurado a la felicidad eterna.






(Fragmento: La confesión negativa)

¡Salve, dios grande, Señor de la Verdad y de la Justicia, Amo poderoso: heme aquí llegado ante ti! ¡Déjame pues contemplar tu radiante hermosura! Conozco tu Nombre mágico y los de las cuarenta y dos divinidades que te rodean en la vasta Sala de la Verdad-Justicia, el día en que se hace la cuenta de los pecados ante Osiris; la sangre de los pecadores, lo sé también, las sirve de alimento. Tu Nombre es: “El-Señor-del-Orden-del-Universo-cuyos-dos-Ojos-son-las-dos-diosas-hermanas”. He aquí que yo traigo en mi Corazón la Verdad y la Justicia, pues he arrancado de él todo el Mal.

No he causado sufrimiento a los hombres. No he empleado la violencia con mis parientes. No he sustituido la Injusticia a la Justicia. No he frecuentado a los malos. No he cometido crímenes. No he hecho trabajar en mi provecho con exceso. No he intrigado por ambición. No he maltratado a mis servidores. No he blasfemado de los dioses. No he privado al indigente de su subsistencia. No he cometido actos execrados por los dioses. No he permitido que un servidor fuese maltratado por su amo. No he hecho sufrir a otro. No he provocado el hambre. No he hecho llorar a los hombres, mis semejantes. No he matado ni ordenado matar. No he provocado enfermedades entre los hombres. No he sustraído las ofrendas de los templos. No he robado los panes de los dioses. No me he apoderado de las ofrendas destinadas a los Espíritus santificados. No he cometido acciones vergonzosas en el recinto sacrosanto de los templos. No he disminuido la porción de las ofrendas. No he tratado de aumentar mis dominios empleando medios ilícitos, ni de usurpar los campos de otro. No he manipulado los pesos de la balanza ni su astil. No he quitado la leche de la boca del niño. No me he apoderado del ganado en los prados. No he cogido con lazo las aves destinadas a los dioses. No he pescado peces con cadáveres de peces. No he obstruido las aguas cuando debían correr. No he deshecho las presas puestas al paso de las aguas corrientes. No he apagado la llama de un fuego que debía de arder. No he violado las reglas de las ofrendas de carne. No me he apoderado del ganado perteneciente a los templos de los dioses. No he impedido a un dios el manifestarse. ¡Soy puro! ¡Soy puro! ¡Soy puro!

Lectura 4 - Tao Te King

Tao Te King

El Tao Te King es uno de los libros fundamentales de China, y se cree que fue escrito por el sabio Lao Tse, aunque este hombre probablemente nunca existió. Es común en las tradiciones antiguas atribuir existencias históricas a personajes míticos, y la cultura china no es la excepción. Sin embargo, Lao Tse y su libro son la base de una religión practicada todavía hoy en día y conocida como taoísmo, precisamente por la palabra Tao, que significa, al mismo tiempo, camino, verdad y poder, y cuyo símbolo es ampliamente conocido, aunque la mayoría en realidad ignore que significa:

Desde el principio de su historia los chinos, más que dedicarse a la especulación sobre la vida de los dioses y a la adoración de éstos, se centraron en la creencia en los antepasados y en el desarrollo de un sistema filosófico de orientación ética, más que teológica. Es decir que más bien les importaba el comportamiento del hombre dentro de la sociedad, la política, el buen gobierno y la actitud honorable. Como parte de esta formación, existen numerosos libros orientados a presentar preceptos de comportamiento y, como en el caso del Tao Te King, enunciados cuya fuerza reside, más que en ofrecer respuestas y contar historias, en la capacidad de activar el pensamiento de quien se enfrente a sus contradicciones, preguntas y paradojas.





I
El Tao que puede ser expresado
no es el verdadero Tao.
El nombre que se le puede dar
no es su verdadero nombre.
Sin nombre es el principio del universo;
y con nombre, es la madre de todas las cosas.
Desde el no-ser comprendemos su esencia;
y desde el ser, sólo vemos su apariencia.
Ambas cosas, ser y no-ser, tienen el mismo
origen, aunque distinto nombre.
Su identidad es el misterio.
Y en este misterio
se halla la puerta de toda maravilla.
II
Todo el mundo toma lo bello lo bello,
y por eso conocen qué es lo feo.
Todo el mundo toma el bien por el bien,
y por eso conocen qué es el mal.
Porque, el ser y el no-ser se engendran mutuamente.
Lo fácil y lo difícil se complementan.
Lo largo y lo corto se forman el uno de otro.
Lo alto y lo bajo se aproximan.
El sonido y el tono armonizan entre sí.
El antes y el después se suceden recíprocamente.
Por eso, el sabio adopta la actitud de no-obrar
y practica una en sin palabras.
Todas las cosas aparecen sin su intervención.
Nada usurpa ni nada rehúsa.
Ni espera recompensa de sus obras,
ni se atribuye la obra acabada,

y por eso, su obra permanece con él.

Lectura 3 - Rig Veda

La creación del Universo en el Rig Veda

El Rig Veda, que significa “Las alabanzas de la verdad”, es un conjunto de himnos sagrados hindúes, elaborados cuando la India acababa de ser invadida por los arios, es decir, por tribus asiáticas emparentadas con los pueblos que más tarde poblarían Europa: los indoeuropeos. La relación entre éstos pueblos de la India y los europeos es, de hecho, tan estrecha que la palabra veda tiene la misma raíz original que la palabra española para verdad.
            Los himnos del Rig Veda eran cantados en el momento del sacrificio al interior del templo y su carácter era tan sagrado que, durante los primeros siglos de su existencia, no estaban escritos sino que se transmitían secretamente de una generación de sacerdotes a otra. En la India Antigua, la transmisión oral del conocimiento era fundamental y existían manuales para regular la respiración, las pausas y las entonaciones del sacerdote: quien cometía una falta al recitar los himnos no sólo ofendía a los dioses, sino que atraía desgracias a su pueblo, por lo que era gravemente castigado.
            Los himnos del Rig Veda están dedicados a diferentes dioses, entre los que se encuentran los siguientes:
·         Agni, el fuego del sacrificio.
·         Indra, el dios de la atmósfera.
·         Váruna, el Océano.
·         Ushás, diosa de la Aurora.
El siguiente himno canta y cuenta la Creación del Mundo según la concebían estas sociedades, y presenta una de las más importantes características de la literatura oriental: la presencia de paradojas y preguntas, más que de respuestas, y el intento desesperado por expresar con palabras uno de los conceptos inconcebibles para la conciencia humana: la Nada.

 La Creación (fragmento)

No había inexistencia ni existencia, entonces.
           No existía la atmósfera ni el cielo que está más allá. 
           ¿Qué estaba oculto? ¿Dónde? ¿Protegido por quién?
           ¿Había agua allí insondablemente profunda? 
                              No había muerte ni inmortalidad entonces.
           Ningún signo distinguía la noche del día. 
           Uno solo respiraba sin aliento por su propio poder. 
           Más allá de eso nada existía. 
           En el principio la oscuridad escondía la oscuridad.
           Todo era agua indiferenciada. 
           Envuelto en el vacío, deviniendo,
           ese uno surgió por el poder del calor. 
           El deseo descendió sobre eso en el principio,
           siendo la primera semilla del pensamiento. 
           Los sabios, buscando con inteligencia en el corazón,
           encontraron el nexo entre existencia e inexistencia. 
           Su cuerda se extendió a través. 
           ¿Había un abajo? ¿Había un arriba? 
           Había procreadores, había potencias. 
           Energía abajo, impulso arriba. 
           ¿Quién sabe realmente? ¿Quién puede proclamar aquí
           de dónde procede, de dónde es esta creación? 
           Los dioses vinieron después. 
           ¿Quién sabe, entonces, de dónde surgió? 
           ¿Esta creación de dónde surgió? 
           Quizás fue producida o quizás no. 
           El que la vigila desde el cielo más alto,
           él solo lo sabe.

O quizás no lo sabe.  

Lectura 2 - Himno a Atón

Himno a Atón

En el siglo XIV antes de Nuestra Era gobernaba en Egipto un faraón inusual: cansado de los abusos del sacerdocio que gobernaba en la ciudad de Uaset (Tebas), el faraón Akhenatón y su esposa Nefertiti decidieron fundar su propia ciudad remontando el Nilo, en un oasis hasta entonces vacío al que llamaron “Horizonte de Atón”. Atón, imagen del disco solar, era para los faraones la representación más perfecta de los dioses y, con el tiempo, decidieron que sería el único dios al que debían adorar los egipcios.
            Nunca hasta entonces en Egipto, ni en ningún otro pueblo de la antigüedad, se había concebido la idea de que el universo hubiera sido creado y gobernado por un solo dios, mucho menos para los egipcios, que desde la antigüedad más remota adoraban a un conjunto de cerca de setecientos dioses. Era un gran y difícil cambio, y pocas personas estuvieron dispuestas a aceptarlo. La idea de un solo dios es una concepción relevante no sólo en lo que se refiere al aspecto religioso sino que, en su conjunto, significa que el ser humano dio un paso en su imaginación, al concebir por primera vez la idea de que todos los fenómenos naturales estaban ligados de algún modo, y que era posible que el universo se hubiera originado en un solo acto creador y no en múltiples creaciones, es decir, se trata de una concepción ya más próxima a nuestra moderna concepción del origen del Universo. Siglos más tarde, un líder hebreo educado en la corte del faraón, Moisés, se inspiraría en las ideas de Akhenatón para forjar la idea de dios único que, con el paso de la historia, se volvería dominante en Occidente.
            Sin embargo, Akhenaton no sólo era estadista, sino también escritor. O, al menos, eso es lo que se desprende de los numerosos poemas que se le atribuyen, de los cuales el más importantes es el Himno a Aton, donde ya aparece la idea de la conexión esencial entre todos los seres y los fenómenos de la naturaleza.
           

 Texto:

¡Apareces resplandeciente en el horizonte del cielo,
Oh Atón vivo, creador de la vida!
Cuando amaneces en el horizonte oriental,
Llenas todas las regiones con tu perfección.
Eres hermoso, grande y brillante.
Te elevas por encima de todas las tierras.
Tus rayos abarcan las regiones
Hasta el límite de cuanto has creado.
Siendo Ra alcanzas sus límites,
y los dominas para este hijo bienamado por ti.
(…)
Por lejos que te encuentres, tus rayos siempre están sobre la tierra;
Aunque se te vea, tus pasos se desconocen.
Cuando te ocultas por el horizonte occidental,
La Tierra se oscurece como si llegara la muerte.
Se duerme en los aposentos, con las cabezas cubiertas,
y lo que un ojo hace no lo ve el otro.
Aunque fueran robados sus bienes,
Que están bajo sus cabezas,
Los hombres no se percatarían.
Todos los leones salen de su guarida,
todas las serpientes muerden,
La oscuridad llega, la Tierra reposa en silencio,
Cuando su Creador descansa en el horizonte.
Todos los animales pacen en sus pastos,
Los árboles y las plantas brotan,
Los pájaros vuelan más allá de sus nidos,
Mientras sus alas desplegadas saludan tu ka.
Todas las manadas brincan sobre sus patas,
Lo que vuela y todo lo que se posa,

Vive cuando te alzas por ellos (…)

Lectura 1 - Bhagavad Gita

Mahabharata


Esta obra no solamente es una de las más antiguas creaciones literarias del mundo sino que, de hecho, es considerada la obra literaria más extensa jamás escrita: en sus versiones tradicionales contiene más de doscientos mil versos en sánscrito, la lengua sagrada de la India. En las religiones de ese país cumple un papel análogo al de la Biblia en las culturas occidentales, y contiene toda la suma de preceptos morales, conceptos filosóficos y teológicos que sostienen al sistema social de castas en la India todavía hoy.
Sin embargo, es principalmente la historia de una guerra familiar. El libro cuenta el relato de dos familias emparentadas entre sí, pero enfrentadas por la rivalidad del trono del reino de Jastina Pura: los Kauravas y los Pandavas. Éstos últimos eran los herederos originales del trono pero, tras perderlo en una partida de dados, sus primos Kauravas los expulsan del reino y asesinan sistemáticamente a los miembros de la familia.
El héroe Arjuna, heredero de los Pandavas, al ver la desastrosa situación de su familia, pide ayuda a Krisna, avatar del dios Visnu (dios del sostenimiento del Universo) encarnado en el hijo de su tía Kunti. Krisna, para ser justo, ofrece a los Kauravas y los Pandavas dos opciones: a unos les regalará su ayuda y, a otros, el ejército más grande y poderoso del mundo. Los Kauravas escogen el ejército y los Pandavas, con Arjuna a la cabeza, escogen la ayuda de Krisna.
En el clímax del relato, los dos ejércitos se encuentran en el extenso campo de Kurukshetra. Arjuna siente horror ante la idea de la guerra y el asesinato de sus primos Kauravas, así que piensa en rendirse. Es entonces cuando Krisna, conmovido, pronuncia un largo discurso acerca de la inmortalidad del alma, tan importante y extenso que forma un libro aparte conocido como Bhagavad Gita. El fragmento a continuación es el comienzo de ese discurso.
  
 (Fragmento del Bhagavad Gita)

ARJUNA:

28. ¡Oh, Krishna! viendo a mis familiares preparados para la batalla, mis párpados desfallecen y se cierran; y mi boca se seca y queda amarga, temblores recorren mi
cuerpo y mi cabello se eriza con horror.
29. Mi arco Gandiva cae de mis manos, el pecho me arde, y mis músculos desfallecen
pudiendo apenas mantenerme en pie, pues mi mente vaga en todas las direcciones.
Presiento malos augurios.
30. ¡Oh, Krishna! ¿Por qué matar a mis propios familiares en el fragor de la batalla?
31. No veo ninguna gloria en ello. No tengo deseos de victoria.
32. ¡Oh, Krishna! Ni siquiera por el reino y todos sus placeres. ¿Cómo podemos querer
un reino, o sus placeres o incluso la vida?
33, Cuando aquéllos para los que desearíamos ese reino y esos placeres, y los goces de
la vida, están aquí en este campo de batalla, a punto de perder su vida y sus riquezas.
34. Listos, y dispuestos a exponer su vida en esta batalla, se encuentran: maestros, padres,
hijos, abuelos, nietos, padres, yernos y esposos de esposas que solas quedan.
35. De ningún modo quiero dañarles, oh Krishna. Incluso aunque deseasen matarme. No
los dañaría ni por el imperio de los tres mundos11; menos aún, por un reino en esta
tierra.
36. La desgracia recaería sobre nosotros, si matamos a estos hombres; aunque sean malos.
¿Qué gozo encontraríamos en su muerte, oh Krishna, liberador de las almas?
37. ¿Acaso puedo matar a mis familiares, los hijos del rey Dhritarashtra, hermano de mi
propio padre? ¿Qué felicidad obtendríamos matando a nuestros seres queridos en la
batalla?
38. Aunque ellos, con sus mentes obcecadas por la codicia, no tengan ningún reparo en
destruir una familia, ni en traicionar a sus propios amigos.
39. Nosotros no deberíamos hacer esto, ya que vemos maldad en la destrucción. ¿No
crees que deberíamos cuidarnos de cometer semejante fechoría?
40. Con la destrucción de una familia desaparecen sus virtudes y tradiciones, y al faltar
estas virtudes, la iniquidad corroe el seno de la familia.


martes, 26 de agosto de 2014


Reglamento de Tránsito Metropolitano, México Distrito Federal:

http://www.df.gob.mx/index.php/reglamento-de-transito-metropolitano

(Imprimir y llevar a clase sólo las primeras dos páginas)

viernes, 22 de agosto de 2014

Capítulo L - De Demócrito y Heráclito


Capítulo L

De Demócrito y Heráclito

Michel de Montaigne

Es el juicio un instrumento necesario en el examen toda clase de asuntos, por eso yo lo ejercito en toda ocasión en estos Ensayos. Si se trata de una materia que no entiendo, con mayor razón empleo en ella mi discernimiento, sondeando el vado de muy lejos; luego, si lo encuentro demasiado profundo para mi estatura, me detengo en la orilla. El convencimiento de no poder ir más allá es un signo del valor del juicio, y de los de mayor consideración. A veces imagino dar cuerpo a un asunto baladí o insignificante, buscando en qué apoyarlo y consolidarlo; otras, mis reflexiones pasan de un asunto noble y discutido en que nada nuevo puede hallarse, puesto que el camino está tan trillado, que no hay más recurso que seguir la pista que otros recorrieron. En los primeros el juicio se encuentra como a sus anchas, escoge el camino que mejor se le antoja, y entre mil senderos delibera que éste o aquél son los más convenientes. Elijo de preferencia el primer argumento; todos para mí son igualmente buenos, y nunca formo el designio de agotar los asuntos, pues ninguno se ofrece por entero a mi consideración: no declaran otro tanto los que nos prometen tratar todos los aspectos de las cosas. De cien carices que cada una ofrece, escojo uno, ya para acariciarlo solamente, ya para desflorarlo, a veces para penetrar hasta la médula; reflexiono sobre las cosas, no con amplitud, sino con toda la profundidad de que soy capaz, y las más de las veces tiendo a examinarlas por el lado más inusitado que ofrecen. Aventuraríame a tratar a fondo de alguna materia si me conociera menos y tuviera una idea errónea de mi valer. Desparramando aquí una frase, allá otra, como partes separadas del conjunto, desviadas, sin designio ni plan, no estoy obligado a ser perfecto ni a concentrarme en una sola materia; varío cuando bien me place, entregándome a la duda y a la incertidumbre, y a mi manera habitual, que es la ignorancia.

Todo movimiento de nuestra alma nos denuncia; la de César, que se deja ver cuando dirige y ordena la batalla de Farsalia, muéstrase también cuando a ocupan sus recreos y sus amores. Júzgase del valer de un caballo, no sólo al verle correr sobre la pista, sino también cuando marcha al paso y hasta cuando reposa en la caballeriza.

Entre las distintas funciones del alma, las hay bajas y mezquinas; quien en el ejercicio de ellas no la considera y examina, dejará de conocerla por entero. A veces mejor se la profundiza en sus acciones simples, porque el ímpetu de las pasiones la agita y lleva a sus más elevados movimientos; únase a esto que nuestra alma se emplea por entero en cada una de nuestras acciones y que nunca la ocupa más de una sola cosa a la vez y en ella pone todo el ser de cada individuo. Consideradas las cosas en sí mismas, acaso tengan su peso, medida y condición, pero desde el instante en que se relacionan con nosotros, el alma las acomoda a su manera de ser. La muerte, que a Cicerón estremece, Catón la desea, y es indiferente para Sócrates. La salud, la conciencia, la autoridad, la ciencia, las riquezas, la belleza y sus contrarios, se despojan, recibiendo del alma, al entrar en ella, nueva vestidura, y adoptando el matiz que la place: moreno, claro, verde, obscuro, agrio, dulce, profundo, superficial, el que más en armonía está con las distintas almas, pues éstas no pusieron de acuerdo sus estilos, reglas y formas; cada una es en su estado soberana. ¿Por qué no nos fundamentamos más en nuestros juicios, en las cualidades externas de las cosas? En nosotros estriba darnos cuenta de ellas. Nuestro bien y nuestro mal no dependen sino de nosotros. Hagámonos donación a nosotros mismos de nuestras ofrendas y deseos, en manera alguna a la fortuna; ésta es impotente contra el poderío de nuestra vida moral, pues la arrastra consigo la moldea a su forma. ¿Por qué no he de juzgar yo de Alejandro cuando se encuentra en la mesa, conversando y bebiendo a saciedad, o cuando juega a las damas? ¿Qué cuerda de su espíritu deja de poner en actividad este juego necio y pueril? yo le odio y le huyo porque no es tal juego, porque nos preocupa de un modo demasiado serio, y porque me avergüenzo de fijar en él la atención, que, empleada de otro modo, bastaría a hacer algo para que valiera la pena. No se tomó mayor trabajo para organizar su expedición gloriosa a las Indias; ni ningún otro que se propone resolver una cuestión de la cual depende la salvación del género humano. Ved cómo nuestra alma abulta y engrandece aquella diversión ridícula; ved cómo absorbe todas sus facultades; con cuánta amplitud proporciona a cada uno los medios de conocerse y de juzgar rectamente de sí mismo. Yo no me veo ni me examino nunca de una manera más cabal que cuando juego a las damas: ¿qué pasión no saca a la superficie ese juego?, la cólera, el despecho, el odio, la impaciencia; una ambición vehemente de salir victorioso, allí donde sería más natural salir vencido, pues la primacía singular por cima del común de las gentes no dice bien en un hombre de honor tratándose de cosas frívolas. Y lo que digo en este ejemplo puede amplificarse a todos los demás; cada ocupación en que el hombre se emplea, acusa y descubre sus cualidades por entero.

Demócrito y Heráclito eran dos filósofos, de los cuales el primero, encantando vana y ridícula la humana naturaleza, se presentaba ante el público con rostro burlón y risueño. Heráclito, sintiendo compasión y piedad por nuestra misma naturaleza, estaba constantemente triste y tenía sus ojos bañados de lágrimas:
En cuanto ponían los pies fuera de su casa, el uno reía y el otro lloraba. JUVENAL, Sát., X, 58. (N. del T.)
Yo me inclino mejor a la actitud del primer filósofo, no porque sea más agradable reír que llorar, sino porque lo primero supone mayor menosprecio que lo segundo; y creo que dado lo poco de nuestro valer, jamás el desdén igualara lo desdeñado. La conmiseración y la queja implican alguna estimación de la cosa que se lamenta; al contrario acontece con aquello de que nos burlamos, a lo cual no concedemos valor ni importancia alguna. En el hombre hay menos maldad que vanidad; menos malicia que estupidez: no estamos tan afligidos por el mal como provistos de nulidad; no somos tan dignos de lástima como de desdén. Así Diógenes, que bromeaba consigo mismo dentro de su tonel, y que se burlaba hasta del gran Alejandro, como nos tenía en el concepto de moscas o de vejigas infladas, era juez más desabrido e implacable, y por consiguiente más diestro a mi manera de ver, que Timón, el que recibió por sobrenombre el aborrecedor del género humano, pues aquello que odiamos es porque nos interesa todavía. Timón nos deseaba el mal, se apasionaba con ansia por nuestra ruina, y oía nuestra conversación como cosa dañosa, por creernos depravados y perversos. Demócrito considerábanos tan poca cosa, que jamás podríamos ni ponerle de mal humor ni modificarle con nuestro contagio; abandonaba nuestra compañía, no por temor, sino por desdén hacia nuestro trato. Ni siquiera nos creía capaces de practicar el bien ni de perpetrar el mal.
De igual parecer fue Statilio contestando a Bruto, que le invitaba tomar arte en la conspiración contra César. Bien que creyera la empresa justa, entendía que no valía la pena molestarse por los hombres; que éstos no eran dignos de tanto, conforme a la doctrina de Hegesias, el cual decía: «El filósofo no debe hacer nada por los demás, sólo por sí mismo debe interesarse; solo él es digno de que hagan algo por él.» Aquella respuesta está también de acuerdo con la opinión de Teodoro, quien estimaba injusto que el hombre perfecto corriera ningún riesgo por bien de su país, puesto que de correrlo se expone a perder la filosofía en beneficio de la locura. Nuestra propia y peculiar condición es tan risible como ridícula.

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